jueves, 28 de enero de 2010

Y sin embargo se muere

Una noticia breve pero rica en contenidos, y nunca mejor dicho. Aparecida en la revista National Geographic de Historia en su edición impresa de este mes, y que me ha despertado mágicamente el interés...
Una botella enterrada en el barrio londinense de Greenwich y en el siglo XVII, depositada con su parte superior hacia abajo.
Era una práctica no poco habitual de la época para quienes creían ser víctimas de alguna maldición y esperaban con ello conjurarla. Gracias a otros hallazgos, se sabia acerca de estos remedios herejes, pero ha sido la única hasta nuestros días cuyo contenido se ha podido analizar.
Análisis a cargo del químico Alan Massey revelan que la botella está llena de : orina humana hasta la mitad del recipiente, con un alto contenido en nicotina, lo que demuestra que el propietario era fumador -aquí discrepo. Igual al sujeto simplemente le apagaban los cigarros los demás en el recipiente que, tan extrañamente, él había elegido para mear.- Porque desconozco si había mucha proliferación de ceniceros en la época.
Cierta cantidad de azufre, un elemento presente en toda buena obra de brujeria que se precie.
12 clavos de hierro.
8 alfileres.
Cabellos humanos.
Un trozo de tela en forma de corazón y uñas recortadas.
Siempre me encanta comprobar que hay estudiosos en el mundo, que con cualquier objeto casi insignificante que ha legado la historia, elaboran toda una serie de hipótesis trabajando con esas pruebas. Lo que es cierto es que en los años en que fué enterrada, el que lo hizo se arriesgaba a morir quemado en una hoguera, asi que verdaderamente una poderosa fuerza moral le impulsaba, desconociendo ahora cuáles serían esos miedos, y descartando que allí se haya descubierto un orinal-cenicero, utilizado también como depósito de basura en una mala peluquería...sabe Dios que motivos existirían en esta historia, que como siempre, se tornan apasionantes.
Otra curiosidad que mencionan en la revista es la propia botella. Esmaltada y en el cuello grabada la figura del cardenal jesuíta Belarmino, quien dirigió el proceso inquisitorial contra Galileo Galilei, sin ir más lejos. Cuentan que era tan odiado en los Países Bajos que su nombre se le daba a recipientes fabricados por esas tierras y que servían para almacenar vino o cerveza.
Una "jarra Belarmino" que pasan a denominarla "botella de brujas". Brujas, la ciudad belga, no deja de ser una coincidencia caprichosa también.

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