jueves, 2 de mayo de 2013

Crisis de los 50.

Salvo algún detalle, todo continua en el mismo sitio y de forma similar. Han crecido considerablemente los cuatro hierbajos que antes rodeaban las casetas donde los gremios guardaban sus materiales. Ahora ya no hay casetas, y parece que también han mermado los gremios, curiosamente, pues debería ser lo contrario a medida que se avanza en una obra.
Tres meses y medio es poco tiempo, pero el suficiente para empolvar un escenario que no hace mucho lucía flamante y esplendoroso, engalanándose día a día para su puesta a punto final. Su inauguración cada vez menos inminente...
Como en tantos otros lugares, una ley concursal en la constructora tuvo la culpa y con ello, la paralización súbita de todos los trabajos. Que su ejecución dependiera directamente de organismos oficiales ha permitido que siga adelante, algo que no ocurre muy a menudo. Quien en la actualidad se asome a la ventana y no pueda divisar una estructura de esas feotas, que han dejado por ahí sin ningún tipo de actividad humana aparente, como esperando al capricho del futuro que en días mejores pueda ser finalizada, o bien le tapa la vista un imponente edificio o tal vez viva alejado de todo, en el puto campo; circunstancia ésta complicada, ya que el afán constructor que hemos padecido hasta fechas recientes ha sobrepasado colinas, bosques, acantilados y playas. Por sobrepasar, incluso la razón y el sentido común de los mortales.
Tres meses y medio es demasiado tiempo de espera para aquel que retiran del escenario laboral y cuya situación personal entonces se torna en oscura tragedia.
Nunca hablé demasiado con él, un fontanero que rondaba los 50. Un día, quizá motivado por una dosis extra de carajillos en la sobremesa, además del saludo habitual, me contó algo sobre su vida: casi cuatro años de paro hasta que lo escogieron para trabajar allí, los problemas económicos que tristemente tiene hoy todo hijo de vecino, pero acelerados, y lo que más me conmovió; una mujer que ya no tenía ilusión por nada y que a marchas forzadas se estaba volviendo loca. Hablando sobre el futuro de la obra, recuerdo su expresión en el rostro, mezcla de incertidumbre y de niño bueno al que le vuelven a negar un dulce. Dejó de prestar atención al trabajo que realizaba y contestó con un simple "Ojalá durase esto siempre. Ni puta idea dónde podré estar después de aquí".
Es curioso cómo puedes echar de menos a alguien que ni eras consciente de llevarlo en el pensamiento. Vuelves al tajo y compruebas que no están todos los de antes, quien más, quien menos casi ni importa, pero te preguntas por el fontanero sin nombre, ese cincuentón que siempre veías atareado, trabajando con destreza y seguro que evadiendo de esa manera un drama en toda regla.
Historias de muchos, demasiados. En un mundo caótico que avanza a pasos agigantados hacia la destrucción de nuestra dignidad. Gobiernos que niegan el pan a sus ciudadanos pero que se bajan los pantalones para las embestidas por culo que dictan los mercados financieros.
Mañana habrá otro suicidio, quizá otra muerte extraña de una pareja a hachazos. La demagogia política sabrá cómo explicárnoslo; son cosas que ocurren, sin más. No busquemos nada más abstracto. Ellos no pueden estar detrás de la gente desesperada. Yo me supongo que será porque son muy capaces de llevárselos por delante.