miércoles, 26 de mayo de 2010

Mientras escribo

Hoy voy a recomendar un libro que en su día comencé y que tenía aparcado,"Mientras escribo" de Stephen King. La sinopsis más apropiada sería; un libro sobre la escritura cuyo autor reniega de los libros sobre la escritura.
De lectura muy amena. De hecho, es el primero que leo en el ordenador e incluso me asusto al comprobar que no es tan tedioso hacerlo a través de la jodida pantalla. ¿ El lector de libros electrónicos es el futuro ?
-Espero sinceramente que no.
Consta de tres partes:
"Curriculum Vitae", donde plasma sus primeros recuerdos de lechón, sus estudios, su vida sentimental y las peripecias previas a su profesión.
"Escribir" es la parte donde si repasa la literatura y sus métodos de trabajo.
"Vivir". Con las reflexiones del autor en una experiencia que tuvo cercana a la muerte.
Termina con una lista de libros que King cree sospechar (...) que en algo han influenciado en su obra.
No es un manual de revelaciones divinas, pero sí de gustosa lectura. Y como señala Stephen King antes de la lista de libros anteriormente citada ; " en todo caso, y aunque no te enseñen nada, seguro que te hacen pasar un buen rato "
El libro se puede encontrar Aquí. Descargarlo ya no estoy muy seguro, con el gestor que uso yo, el Internet Download Manager, te lo puedes bajar directamente.
Adjunto un fragmento para ilustrar sobre su narrativa :
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Nuestro nuevo piso, otro tercero, estaba en West Broad Street. A una manzana, bastante cerca de Teddy's Market y enfrente de Burrets Building,Materials, había un terreno enorme que hacia pendiente, un verdadero bosque con un depósito de chatarra al fondo y una vía de tren cortándolo en dos. Es uno de los lugares adonde siempre regresa mi imaginación, una presencia recurrente en mis novelas y cuentos, aunque le cambie el nombre. Los niños
de It lo llaman «los Barrens». Nosotros lo llamábamos «la selva». La primera vez que lo exploramos Dave y yo fue al poco tiempo de mudarnos. Era verano y hacía calor. En plena exploración de los misterios verdes de aquel terreno de Juego, nuevo y fresco, me acometieron unas ganas irreprimibles de ir de vientre.
—¡Dave —dije—, vamos a casa, que tengo que empujar! Era el nombre que le habíamos puesto a aquella actividad.
Dave no quiso saber nada.
—Hazlo en el bosque —dijo.
Nuestro domicilio estaba a media hora o más, y Dave no tenía ninguna intención de renunciar a un intervalo tan esplendoroso sólo porque su hermano pequeño tuviera que cagar.
—¡No puedo! —repuse, indignado por la idea—. ¡No hay papel!
—Da igual. Límpiate con hojas. Es lo que hacen los vaqueros y los indios.
De todos modos ya debía de ser demasiado tarde para volver a casa. Mi impresión es que no me quedaba alternativa. Además, me encantaba la idea de cagar como los vaqueros. Ni corto ni perezoso, adopté el papel de Hopalong Cassidy de cuclillas entre los arbustos con la pistola en la mano, para que no me pillaran desprevenido en un momento tan íntimo. Acto seguido hice mis necesidades y, siguiendo las indicaciones de mi hermano, me limpié el culo escrupulosamente con puñados de hojas lustrosas y verdes. Resultaron ser ortigas.
A los dos días lo tenía todo rojo como un tomate, desde detrás de las rodillas a los omóplatos. Mi pene se salvó, pero mis testículos se convirtieron en dos semáforos. Tenía la sensación de que me escocía el trasero hasta la caja torácica, pero lo peor era la mano que había usado para limpiarme: se hinchó como la de Mickey Mouse después de haberle dado un martillazo el pato Donald, y en la unión de los dedos aparecieron ampollas gigantescas. Al abrirse dejaron círculos rosados de carne. Me pasé seis semanas tomando baños de asiento en agua tibia con almidón, sintiéndome deprimido, humillado y estúpido y oyendo reír a mi madre y mi hermano al otro lado de la puerta,mientras escuchaban la radio y jugaban a cartas.
Dave era muy buen hermano, pero demasiado listo para alguien de diez años. Siempre lo metía en líos su cerebro, y llegó el día (probablemente después de mi limpieza de culo con ortigas) en que se dio cuenta de que el hermanito Stevie solía dejarse arrastrar al ojo del huracán cuando soplaban vientos problemáticos. Dave no era acusica ni cobarde, y nunca me pidió cargar con toda la culpa de sus meteduras de pata (que solían ser brillantes),pero en varias ocasiones sí me pidió compartirla.
Creo que es la razón de que pasáramos los dos un mal rato cuando Dave construyó una presa en el arroyo de la selva e inundó el tramo interior de West Broad Street.
La idea de repartir las culpas también explica que compartiéramos el riesgo de matarnos durante la ejecución de su trabajo, potencialmente letal, para la clase de ciencias.
Debió de ser en 1958. Yo iba a la Center Grammar School, y Dave a Stratford Junior High. Mamá tenia un empleo en la lavandería de Stratford, donde era la única mujer blanca que trabajaba en el rodillo; que es lo que hacía (meter sábanas en el rodillo) cuando Dave construyó su proyecto
científico.
Mi hermano mayor no era un niño que se contentara con dibujar esquemas o fabricarse una Casa del Futuro con piezas de plástico y cilindros de papel de váter pintados. Dave apuntaba a las estrellas.
Su proyecto de aquel año era «el Superelectroimán de Dave».
Mi hermano era muy aficionado a todo lo súper, y a todo lo que contuviera su nombre; preferencia que culminó con la revista Dave's Rag, como explicaré en breve.
La primera prueba del Superelectroimán no fue muy súper; de hecho es
posible que no funcionara, aunque no estoy seguro. Lo que puedo asegurar es
que procedía de un libro, no de la mente de Dave. La idea era la siguiente:
imantar un clavo grande frotándolo con un imán normal. Según el libro, la
carga magnética conferida al clavo sería débil, pero suficiente para recoger
unas cuantas limaduras de metal. Después de hacer el experimento, había que
enrollar hilo de cobre al clavo y unir las puntas del hilo a los polos de una
batería. El libro aseguraba que la electricidad aumentaría el magnetismo, para
poder coger más limaduras.
Pero Dave no estaba dispuesto a limitarse a algo tan ridículo como unos
trocitos de metal. Él quería levantar Buicks, vagones de tren y hasta aviones
de carga. Quería mover al mundo en su órbita.
¡Bum! ¡Súper!
Cada uno tenía asignado un papel en la creación del Súperelectroimán.
El mío sería probarlo.
La nueva versión del experimento hecha por Dave se saltaba la humilde
batería a favor del enchufe. Mi hermano cortó el cable de una lámpara vieja
que alguien había dejado en la acera con el resto de la basura, lo peló hasta el
enchufe y enrolló el cable pelado en el clavo. Luego se sentó en el suelo de la
cocina de nuestro piso de West Broad Street, me hizo entrega del
Superelectroimán y me pidió que lo enchufara en cumplimiento de mi parte.
Yo (dicho sea en mi defensa) vacilé, pero al final el entusiasmo
obsesivo de Dave fue imposible de contrarrestar y enchufé el cable. No se
apreció ningún magnetismo, pero el dispositivo tuvo otro efecto: hacer saltar
todas las luces y aparatos eléctricos del piso, todas las luces y aparatos
eléctricos de! edificio y todas las luces y aparatos eléctricos del edificio de al
lado (en cuya planta baja vivía la chica de mis sueños). En el transformador de
la calle explotó algo, y acudieron varios policías. Dave y yo pasamos una hora
horrible mirando por la ventana del dormitorio de nuestra madre, que era la
única que daba a la calle. (Las demás ofrecían hermosas vistas del patio
trasero, pelado y sembrado de cagarros, donde el único ser vivo era un perro
sarnoso que se llamaba Roop-Roop.) Al marcharse la poli llegaron los técnicos
en camioneta. Uno, que llevaba zapatos de clavos, se subió al poste que había
entre los dos edificios para inspeccionar el transformador. En otras
circunstancias el espectáculo habría absorbido toda nuestra atención, pero ese
día no. Ese día sólo pensábamos en cuando viniera nuestra madre y nos
metiera en el reformatorio. Al final volvió la luz y se marchó la camioneta. No
nos pillaron, y sobrevivimos. Dave decidió que era mejor cambiar el
Superelectroimán por un Superplaneador. Me dijo que me correspondía pilotar
el primer vuelo. ¿A que sería emocionante?

2 comentarios:

  1. Resumiendo... que Stephen era el tontillo y Dave el espabilado.

    ¿Pero no sabes reconocer un matojo de ortigas cuando la ves? ¡¡¡Frotarse el culo!!!

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