miércoles, 20 de noviembre de 2013

Jacinto sin flor en flor.

En el fondo maldecía haber dado ese paso, pero consideraba que ya no tenía vuelta atrás. Se sentía tenso, agobiado, superado por las circunstancias, como un paciente al que le diagnostican una enfermedad terminal y le convocan a una segunda revisión para despejar toda duda.
Allí estaba Jacinto, casi una hora y media antes, destrozando con bolígrafo los autodefinidos de un periódico con sus trazados inquietos. Quería pasar inadvertido, y creía que esa actividad era la mejor forma de hacerlo; un tipo sólo pendiente de las personas que cruzan la puerta del bar siempre es un blanco fácil de las miradas. 
Disimulaba con decencia su cometido real, con la salvedad de que nadie podía apreciar aquellas rayas y puntos anotados sin sentido sobre las casillas de un periódico arrugado. Consultó el reloj y volvió a fijar su vista sobre la puerta. Aún era muy pronto. Pidió otra manzanilla y se sentó de nuevo a la mesa.

Repasó mentalmente y por enésima vez el anuncio al que respondió por internet dos días antes:
< En trámites de separación. Amante del buen cine –en especial Jean Renoir y Maurice Tourneur-, la literatura –Vargas Llosa, Echenique y Faulkner, entre muchos otros-. También me gusta el teatro, aunque lo he descubierto hace poco. Adoro el jazz, los paseos por la naturaleza, las cenas románticas, los juegos de mesa… El vino blanco, contemplar las estrellas de madrugada y el sexo con desenfreno. Siempre me entrego a las más oscuras fantasías. Si te gusta todo esto y más, y has sido capaz de leer íntegro mi mensaje, tú eres mi hombre. Yo, la lujuria. >

A punto de cumplirse dos años desde su última relación, a Jacinto aquel reclamo no se le pasó por alto, con que tuvo que lidiar una complicada batalla para vencer a su timidez. Es cierto que solía frecuentar foros de contactos, pero sin más ambición que la recreación, sin más expectativas que la simple curiosidad, como si aquel juego tan masoquista para los sentimientos llenara de alguna manera su alma vacía, como esperando que llegase el día que rebosaran sus niveles de desesperación y así despertar al fin de su letargo. Y es lo que hizo ese enigmático anuncio, sin poder dilucidar si le atraía su espontaneidad, su información tan desordenada o el morbo de sus últimas líneas, con pinceladas de sugestiva locura.

Un par de intercambios de emails y ahí estaba, en lo que para un tipo corriente sería una cita a ciegas, Jacinto lo transformó en un dispositivo minucioso digno de una película de espías. Como escenario, el bar donde acudía siempre. Como cómplice, por si la pretendienta no era de su agrado, el camarero de toda la vida; tenía hasta establecida una señal con él para que les sacara una botella de su mejor vino si la cosa parecía llegar a buen puerto. 

Nada de fotos previas, ni de datos comprometedores. Quizá aquello habría roto la magia del momento, las ganas de salir hacia un mundo desconocido. Ella llevaría la última novela de Vargas Llosa bajo el brazo, él se levantaría de su asiento cuando preguntaran por Jacinto en la barra, si acaso merecía la pena…


Entró una atractiva mujer con minifalda vaquera y top ajustado. Empujaba un carrito de bebé del que asomaba un libro en su parte baja. Parecía nerviosa mientras aguardaba a Félix, el camarero, que estaba cargando el lavavajillas. Giró la vista atrás y su mirada se cruzó con la de Jacinto. Él tragó saliva y se rascó las cejas, ella preguntó entonces algo al camarero. Félix debió de tener el mismo pensamiento que su colega, ya que, casi entre carcajadas, calentó la leche para el biberón y se la entregó a la mujer, que dando las gracias con insistencia y sin volver a mirar hacia las mesas, desapareció por donde había venido. 
Falsa alarma. 

33 minutos para la cita. 
Jacinto tenía ganas de fumar pero prefiere no salir afuera, le parecía ya más acogedor aquel entorno. Mordisquea el bolígrafo, haciendo breves pausas para seguir con sus garabatos.

-Vigílame el garito, Don Juan. 

Félix le dejó una nueva manzanilla sobre la barra, se encaminó hacia el almacén y, mirando exageradamente el reloj y mediante gestos, trató de tranquilizar a Jacinto, que se levantó a por la infusión. Cogió los platos con torpeza y trató de sujetar la cucharilla entre sus dedos, con la misma habilidad que cualquiera manejaría una granada de mano desprovista de seguro. Se arrodilló a por ella, y al levantarse notó una presencia muy cercana. 

-Hola  -le sorprendió una voz agradable-. ¿No está el camarero?

La radiante imagen le aturdió por unos instantes, hasta el punto de olvidar la verdadera razón de por qué se encontraba allí. Unas facciones de frágil muñeca de porcelana, donde resaltaban unos ojos grandes y oscuros de mirada despierta que contrastaban con unos labios finos, aunque sensuales. El cabello castaño, largo y ondulado, y en su frente unos rizos caprichosos que se declaraban en rebeldía.

-No tardará en…bueno, seguramente... 


No pudo evitar reparar más en su figura. Una delicada blusa de generoso escote y una falda con pliegues que le confería un aspecto exótico y, en su conjunto, como una deidad inalcanzable para el más común de los expertos en citas a ciegas. Trató de encontrar un libro por alguna parte, pero no quiso distraerse de su particular espectáculo privado y siguió igual de ensimismado.


-¿No sabrás quién es Jacinto?

-Soy yo –dijo entre titubeos-. Esperaba que…

La mujer le interrumpió silenciando su boca con la palma de la mano, sonrió abiertamente y le tomó  del brazo. Le guió hasta las escaleras que daban al comedor de la planta de abajo y descendieron ambos en silencio, como poseídos por una suerte de ritual mágico. 

Apartaron el biombo que obstaculizaba el paso y comenzaron un ardiente intercambio de besos y caricias, que sólo halló momento de reflexión al topar los dos con la primera mesa de la sala. La mujer soltó una carcajada.

-No hay de qué preocuparse –le anunció Jacinto-; a estas horas nadie puede molestarnos aquí.

Su propia voz le sonó extraña. Una fuerza misteriosa había vencido todos sus miedos y congojas, y la excitación le convertía en un ser invulnerable, ajeno al propio bar, a la situación y a toda consecuencia que le deparara. Su sentido común retozaba complaciente entre los brazos de aquella mujer desconocida, y eso le bastaba. 
Recordó el “Yo, la lujuria” aspirando su propio aliento sobre el calor de unos senos firmes. 

La mujer pidió unos segundos de tregua y sacó un preservativo del bolso que fue colocado entre jadeos. Una breve vacilación para acordar la postura y la maquinaria se puso en marcha a todo gas. 
La mesa estaba coja y su tambalear forzó la aceleración, pero Jacinto no quería salir de ahí. 
La mujer pasó los dedos entre sus cabellos y le dio un suave beso en la mejilla, volvió a sonreír con aquella expresión que ya encandilaba y, vistiéndose en apenas dos movimientos, subió las escaleras lentamente, sin mediar palabra. 
Jacinto no quiso estropear el momento con algún comentario inoportuno. 
Recostado todavía sobre la mesa siguió contemplando su figura hasta el último escalón y observó que ella se giraba brevemente. Subió detrás. 

Ella debía haber entrado al baño, ya en la zona del bar, así que él también decidió asearse un poco. Jacinto se sentía dichoso por primera vez en mucho tiempo, con el fervoroso deseo de conocer todo acerca de aquella misteriosa mujer que en cuestión de minutos había querido rescatarle de sus infiernos. El violento sonido del secamanos parecía tratar de indagar más a fondo en sus pensamientos; ¿Será una ninfómana sin más?  Esa fogosidad… ¿Puede haber visto algo interesante en mí, si sólo me conoce de dos emails? 

“Le detallé bastantes aspectos de mi vida. Y si es como la he estado imaginando, seguro que tenemos futuro ” –pensó, para tranquilizarse a sí mismo-.

Abandonó el cuarto de baño y la divisó a lo lejos en la barra, de espaldas a él. Vio que Félix le entregaba unos cambios, después se puso a andar hacia la puerta.

-¡Hey!  ¡Espera!

- ¡Oye!

La mujer no quiso darse por aludida y salió del bar acelerando el paso, en el momento que Jacinto llegaba al lugar de la barra que había dejado ella, y tras la que se encontraba Félix con cara de circunstancias. 

Se negaba a ver la evidencia, y tuvo que preguntar:

-Félix, no me jodas, no me digas que tú…

-Lo siento, Jacinto. No creí que fuera a hacerte un mal.

-Pero, ¿Es? ¿Realmente es?

-Sí, amigo. Es una prostituta. Hablé con ella la tarde que me contaste todas esas chorradas de tus correos, nunca pensé que fuera a aparecer alguien que se interesara por ti. Por lo menos habrás pasado un buen rato y a mi costa. ¿Qué coño era eso que les contabas de tu colección de soldaditos de plomo y tu afición a los bonsáis? Me dabas pena, joder, sentía que tenía que hacer algo. Sabía que ibas a venir con tiempo de antelación, y el resto era bien fácil. No me digas ahora que me lo vas a reprochar…

Jacinto volvía entonces a su mundo, al mismo lugar donde nunca quiso estar. Aquello le abrumaba. Contuvo las lágrimas. Pasaron minutos hasta que pudo reaccionar:

-¿Y si estabas tan seguro de que nadie iba a acudir a esta cita porque quedaste con tu embaucadora media hora antes?

-Ahí si me equivoqué; lo hice por si acaso, aún seguro como estaba de que nadie aparecería.

-¿Disculpa?

- Que esa es la peor de las noticias. Haz el favor de girarte disimuladamente hacia tu derecha…

-¿Qué?

-¿Ves el tipo de la mesa de la entrada? Se llama Guillermo Esteban y apesta a colonia… Ha preguntado por ti hace unos minutos y le he dicho que aún no habías llegado. A mí se me olvidó el detalle del libro, pero fíjate quien si lo lleva… Ahí tienes a tu amazona lujuriosa, Jacinto. Te pongas como te pongas, has de reconocer que me debes una. ¿O quieres que saque aquel vino caro y celebremos un encuentro?

A Jacinto ya le parecieron demasiadas emociones para un mismo día. Salió apresuradamente del bar, tanto, que estuvo a punto de tropezar con una silla muy cerca de donde estaba Guillermo Esteban. Pudo oler su colonia involuntariamente. 
Escupió.
Una vez en la calle, gritó. Se juró no volver al bar en bastante tiempo y darse un descanso también en sus incursiones cibernéticas..

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, el relato te hace meterte en la piel de Jacinto y pasar por todos sus estados de ánimo! muy envolvente y muy bien narrado.

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  2. Ah y el audio es horrible eh?? parece que el relato lo haya hecho un robot aficionado a la literatura, me lo imagino con gafas de lectura y todo jajajajaja por favor no vuelves a hacerlo o mejor aún, grábalo con tu voz.

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  3. Jajaja. Muchas gracias!
    Escribía relatos con una amiga y luego los intercambiábamos. La temática para éste era algo de narración erótica pero se me fue de las manos. La verdad es que terminé disfrutando haciendo sufrir a Jacinto con la espera y sus nervios...
    Lo del robot es cierto, no sé que han hecho con el programa ese pero antes sonaba bastante mejor.
    Un beso

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