sábado, 28 de julio de 2012

Cómo está el patio.

A su favor podría decirse que nunca serán los que aparecerán en los noticiarios. Las tragedias perpetradas por aquellos personajes, casi anónimos, generalmente vienen acompañadas de reflexiones de sus vecinos, del tipo “parecía alguien normal”; “nunca hubiéramos intuido algo así”; “solía mostrarse educado y correcto”…
Es por ello que, si usted se encuentra rodeado de una comunidad extraña donde habita, tiene motivos fundamentados para sentirse virtualmente a salvo. Nadie imagina al gruñón que jamás aguarda tu llegada para subir juntos en el ascensor, experimentar con una motosierra el día que se halle más inspirado. Ni a la viuda que pone lavadoras a las 2 de la mañana, envenenar amantes de buena posición con un compuesto a base de café y acetato de plomo. Tales actividades sólo las pueden realizar esas personas que saben aparentar una falsa normalidad, haciendo de su estrategia un arte que plasmar en la galería de su vecindad, dando siempre pinceladas de cómo pasar inadvertido.

No lo dude ni un instante; el tímido señor que asiste a todas las reuniones de la comunidad, y que jamás se opone a las decisiones que allí se toman, estará ocultando algo: Sabe Dios si su trastero esconde falso papel moneda o su cocina está habilitada para la elaboración de drogas de diseño a pleno rendimiento.
Desconfíe de lo comúnmente aceptado o, más acertadamente, de su comunidad. Si acaso ésta no cuenta con una amplia serie de peculiaridades, con unos requisitos mínimos de diversidad humana que permitan que podamos sentirnos seguros.
Debajo de donde vivo hace la puñeta una pareja muy rara. Y digo “hace la puñeta” por dos circunstancias; por no repetir el mismo verbo en una única frase, y porque básicamente es a lo que se dedican en su tiempo libre, si es que no están amargándose entre ellos, claro.
Por otro lado, prefiero referirme en situación como “debajo” mío, ya que el término vecino pudiera connotar una falsa complicidad de convivencia y me asusta pensar que, etimológicamente, esta palabra, pierde sus raíces en la noche de los tiempos y hay quienes encuentran sus orígenes en el significado de “miembros de un clan”, y yo, lo más que me puedo involucrar con esa hipotética familia es cuando lo hago de pensamiento o viva voz, pero siempre manejando un repertorio de nombres compuestos, que dudo sean los habituales entre sujetos de un mismo linaje…

El hombre es el más normal de los dos, aunque esto tampoco le haga partícipe en demasiados méritos. El primer contacto que tuve con él fue una tarde de domingo, en la que subió muy exaltado a mi casa y visiblemente nervioso. Tras tener un breve intercambio de palabras al abrirle la puerta, cogió un trapo y se puso a limpiar el alfeizar de una de mis ventanas. Me pidió perdón tres o cuatro veces y salió del piso entre tartamudeos inconexos. Al cerrar la puerta y abandonar mi resaca por unos minutos, al fin pude darle sentido a todo el galimatías surrealista: Su pasatiempo para aquella tarde había consistido en administrar veneno a las palomas con una sustancia que iba metida en pequeñas bolsas, tratando de salvar la distancia desde el patio que da a su vivienda al tejado del edificio, que es de cuatro pisos. No sé con qué mostró más destreza, si con sus lanzamientos o con sus explicaciones. Lo que quedaba claro, cuando pude tejer la conversación, fue que: estaba harto de esos bichillos que asolaban su patio con tantas cagadas, que yo bien podría denunciarlo si lo estimaba oportuno, que subió inmediatamente a mi casa cuando vio que una de esas bolsitas se había quedado en mi ventana, y que sabía que yo tenía una gata y que a veces se asomaba por allí. Esos fueron los cuatro puntos que trató y en ese mismo orden.
Vale que estos animales sean lo más parecido a ratas con alas, pero que saque cada uno sus propias conclusiones…
La mujer es la menos normal de los dos, aunque las palomas seguramente la tengan en mayor estima que al marido. Su conducta dista poco de la que esperaríamos de un reloj de cuco; acostumbra a abrir la ventana de su habitación si pasan las 12 de la noche, para decir un mensaje rápido y volver a cerrarla. Imaginaros un ejemplar -algo estropeado- de estos relojes, pero que en lugar de hacer valer su canto para anunciarte una hora en concreto, sacara el cabezón para hacerte saber que ellos ya están en la cama y que es tarde para estar viendo una película: “¡Que son ya las 12 y tenemos que dormir!”. Y se cierra el telón. Con un canto muy feo, por cierto. Una voz que suena, ¿cómo diría yo? a pilas desgastadas, si. Quizá tendrían que darle más cuerda.

Una peculiaridad que me jode especialmente, ya que denota una indisposición absoluta a que un día podamos llevar algo parecido a una conversación. Porque la situación lo merece: Rara vez estamos en mi casa con la TV puesta más allá de las 00:30 horas y generalmente, a un volumen que sigue los parámetros mundanos. Además, ellos obraron y pusieron su dormitorio justo debajo donde yo tengo el salón de estar. Un problema que comparto yo con mi vecino de arriba, que tiene la casa dispuesta como ellos, aunque yo nunca he gritado nada por esos patios, a pesar de que hay días que son las 2 de la madrugada y hasta sé la peli que él está viendo porque escucho nítidamente los diálogos. Por no hablar de las llamadas de teléfono a su madre en horas intempestivas (siempre levanta algo la voz, pero la quiere mucho). O las ocasiones especiales –muy pocas, no vamos a negarlo- en las que queda con el ligue de siempre y se entregan a noches pasionales de serenatas de muelles de colchón y gemidos estridentes (que a mí me parecen un tanto fingidos…). Pero yo me aguanto. Sinceramente, aguanto menos las fiestas latinas que de vez en cuando realizan unos individuos del edificio de enfrente. Y también me toca soportarlas.
Pero la gente que trata de intoxicar palomas y se siente en su salsa actuando como un reloj de cuco; esos, están hechos de otra tinta.
No sé si sería el hombre o la mujer -me costaría adivinarlo-, que el otro día dieron un paso más en sus aspiraciones de tipos raros, muy raros… Introdujeron una especie de “circular” en todos los buzones de la comunidad, un folio entero escrito con ordenador. En ella hacían hincapié con otro problema suyo con las cagadas; esta vez no culpaban a las sufridas palomas de sus desgracias, sino a algún vecino que acechaba en la sombra y que no tenía nada mejor que hacer que depositar cacas (quizá de alguna mascota-puntualizaban) en su flamante patio. Porque tenían la seguridad de que aquel acto de mal gusto se había repetido ya en 3 ó 4 ocasiones. Recuerdo que el escrito finalizaba con dos o tres frases tontas, diciendo que si daban con el culpable, la justicia la tomarían por su cuenta, ya que tal como está España de corrupta y de chorizos, no confiaban en otra fórmula. Imagínense…
Desconozco si alguien atentó de semejante forma con el patio de mi casa, que es particular, pero las dudas no puedo generarlas acerca del pleno conocimiento de los excrementos por parte del exterminador de palomas. Supongo que sabe lo que se hace y que conoce mejor que nadie como defeca su mayor enemigo. Tampoco parece creíble que dichas heces sean de cucos, que hubieran llegado confundidos por un extraño reclamo y que habiten hoy en nuestro tejado.
Por lo demás, se disfruta de una vida apacible en el vecindario. Quieras que no, transmite bienestar. Saber que tu comunidad está conformada por tipos raros y con muchas singularidades, es garantía de que no saldrán en los noticiarios. Quizá para algún episodio de “Callejeros”, pero poco más…

1 comentario:

  1. Venga, venga, esa crónica... jeje, que hay ganicas ya. Título sugerido "5 son multitud".

    ResponderEliminar

Deje AQUI su comentario