martes, 22 de enero de 2013

Taberna La Magnolia.

Y dos semanas después llegó la crónica de la última cena buitaka. Es lo más adecuado; ayer parece que al fin pude completar su digestión.
Mal acaba lo que mal empieza, y como tuvimos problemas serios para concretar de una vez por todas la velada, bien está demorar igualmente nuestras impresiones de aquella noche.
Jinete como Maestro de ceremonias, la opción inicial era un restaurante de los que ofertan en Groupalia. Hoy puedo sentirme dichoso de que Brazos en Alto y Llama Eterna, mediante suaves reticencias, me hicieran desistir de la idea. Hace poco tuve la oportunidad de visitar la tasca en cuestión -ya que los vales los tenía comprados- y comprobé lo desafortunada que habría sido allí nuestra reunión mensual, porque, la comida en sí -exceptuando un par de cosas- no estaba tan mal, pero vamos... una mezcla entre taberna de pueblo solitario y semi-restaurante de gasolinera que echaba para atrás. Creo que cuando abandoné su local descolgaron el teléfono para pedir asesoramiento al gran Chicote y sus cocinas infernales. Por lo menos... joder, que no se puede indicar en un menú como plato de carne "solomillo ibérico con beicon" y que te saquen una tostada en plan (y pan) rancio con dos trozos minúsculos que podrían ser de rata. Lo peor, que como compré 4 vales aún me quedan 2 para volver allí.
Si lo llego a elegir al final para la cena de enero, terminan mis compañeros crucificándome en la mesa y haciéndome pedacitos con los platos, como vulgar lechón segoviano.
Por suerte, tampoco teníamos otro opción bien definida, así que quedamos ese martes a las 8 de la tarde sin tener ni zorra de donde iríamos a cenar.
A mi favor solo puedo decir que comencé el año con la espalda fastidiada y que hubiese retrasado la cita una semana más, con objeto de reponerme y buscar algo un poco más elaborado. Pero no disponíamos de tiempo y, a última hora y fruto de la curiosidad, nos dio por visitar un garito por el que ya pasamos antes. Era buitakamente legal, ya que había cambiado de dueños y por extensión, podíamos repetir cena en el mismo lugar. La casualidad quiso que fuera también en enero, como aquel episodio en "Las viandas", cuyas sensaciones quedaron plasmadas en un anterior post.
Ahora se llama "La Magnolia", en Mariano Barbasan 3.
Esta vez no tuvimos que aguantar ninguna jauría de criaturas bulliciosas celebrando un cumpleaños. De hecho, la parte más ruidosa creo que la aportamos nosotros mismos, pues en La Magnolia solo se encontraba una pareja cuchicheando cerca nuestro, una música hortera, pero rebajada para nuestra mayor gloria, y un servicio amable y campechano, conformado por el jefe del garito y por quienes preparaban la comida, que yo imaginé como su mujer y su hija. Las mismas que salieron de la cocina creyendo que deberíamos ser una pandilla numerosa, a tenor de todo lo que habíamos pedido. Hasta pusieron cara de sorpresa al verificar que solo eramos cuatro. En ese imaginario tan arriesgado, yo hubiera apostado algo a que se trataba de una familia que, bien invirtiendo gran parte de sus ahorros, o quizá por un golpe de azar jugando a la loteria, decidieron recientemente abrir un nuevo negocio, con la ilusión que siempre aviva los nuevos retos laborales. ¿Quién no ha dicho alguna vez eso de "Joder, Mamá. ¡Qué ricas te han salido las empanadillas! Un día de estos tenemos que montar un restaurante"? Una hipótesis que cogía fuerza en mi cabeza, dada la amabilidad y cercanía con las que fuímos obsequiados en todo momento, y no me refiero a las preguntas típicas de sonrisa forzada, tipo "¿Era de su agrado el vino?", si no de que te sirvan un plato de robustas albóndigas y aquel señor se quede a 2 metros escasos, con actitud risueña, como esperando que se te escape un "Esto está cojonudo", para asentir él con una sonrisa todavía más abierta.
No hay nada como la sencillez, la naturalidad y el ser campechano. Quizá solo pueden superarse con una generosa ración de albóndigas de buey, pero eso va más adelante...
Vayamos al papeo y sus centritos para compartir:
Chipirones rellenos en su tinta con arroz. Correctos. Si los comparo con los que me dieron en la tasca vía Groupalia, cualquiera habría jurado que eran especies distintas. O de otro planeta; es más, los de la tasca de los cupones sabían como si los cocinaran a la piedra, de meteorito chungo, para ser exactos. Aparte del sabor, parecían de goma, así que no puedo descartar otra procedencia más cercana; quizá eran suelas de calzado de astronauta.
Piquillos rellenos de Txangurro. Similar en todas partes, al menos para mi averiado gusto.
Pochas con codorniz. Supongo que estaban bien, mi problema es que no soy muy amigo de comer legumbres por la noche, así que fue lo que menos me agradó de toda la cena. Pero hostias, un plato de estos al mediodía bien sabe Mañitú que reconforta igual que un par de mantas de bisonte en una tarde de invierno.
Morteruelo. Jamás lo había probado, pero repetiré cuando lo vuelva a ver en otro sitio.
Indica la Wikipedia:  Guiso que se hace con hígado de cerdo (y a veces se le añaden otras carnes de caza menor y volatería como lomo de cerdo, pollo o gallina, conejo, etc.), especias y pan rallado, todo ello bien machacado en un mortero para que el resultado sea una pasta. El nombre proviene etimológicamente del empleo de este utensilio de cocina para su elaboración. La similitud con el foiegras es mencionada por diversos autores.
Me inquieta la explicación. A mí es que me gustaba el nombre porque me sonaba a expresiones propias del Quijote. Cojamos un párrafo casual:
No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa.
Soy de la opinión de que morteruelo tendría cabida en cualquier parte del texto, y quedaría bien bonito...
Paté de queso de oveja. Un gustazo.
Aquel que todavía diga "la hostia en vinagre" es porque aún no ha probado los albondigones de buey con salsa de boletus y trufa al vino. Plato estrella sin duda. Un placer para el cuerpo.
Un capricho que tuvo Jinete, bacalao encebollado. Que triunfó entre el resto de la manada y se vio mermada mi ración.
Estofado de rabo de toro. Rico. Me remito de nuevo a Chicote, que he visto sus últimos programas, y la observación que un día dijo para diferenciar por el corte del hueso si un rabo de toro era vendido en pieza o congelado por trozos, me dejó acojonado. Me fijaré en futuras ocasiones.
Entrecot - Creo que se lo pidió Topo Indeciso. Desde aquí mi agradecimiento a Brazos en Alto; suyo es el 80 % del reportaje fotográfico del post. Esta instantánea es de mi mierda de móvil.
Tarta de leche y de chocolate. Algo ligerito, pero gozoso.
Tomamos dos botellas de vino, una de un tal Beronia y el otro Pinna Fidelis, crianza 2.006 (ni que decir que del último tengo fotos, claro...).
Carajillos y chupitos.
Total : 134 / 137 €uros. (Perdí el puto ticket).
Sé que un topicazo, pero es un lugar para volver.

1 comentario:

  1. Un descubrimiento este sitio, sí... yo creo que nos sobraron un par de platos: nos hubiéramos quedado igual (o mejor, yo me empaché) y hubiéses pagado 15€ menos.

    Lo de la tasca, es que olía raro que un menú degustación con solomillo ibérico cueste tan barato... normal que fuese una tostada, por algún lado tenía que estar la trampa.

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