Allí
estaba Jacinto, casi una hora y media antes, destrozando con bolígrafo los autodefinidos
de un periódico con sus trazados inquietos. Quería pasar inadvertido, y creía
que esa actividad era la mejor forma de hacerlo; un tipo sólo pendiente de las
personas que cruzan la puerta del bar siempre es un blanco fácil de las
miradas.
Disimulaba con decencia su cometido real, con la salvedad de que nadie
podía apreciar aquellas rayas y puntos anotados sin sentido sobre las casillas
de un periódico arrugado. Consultó el reloj y volvió a fijar su vista sobre la
puerta. Aún era muy pronto. Pidió otra manzanilla y se sentó de nuevo a la
mesa.
Repasó
mentalmente y por enésima vez el anuncio al que respondió por internet dos días
antes:
< En
trámites de separación. Amante del buen cine –en especial Jean Renoir y Maurice
Tourneur-, la literatura –Vargas Llosa, Echenique y Faulkner, entre muchos
otros-. También me gusta el teatro, aunque lo he descubierto hace poco. Adoro
el jazz, los paseos por la naturaleza, las cenas románticas, los juegos de
mesa… El vino blanco, contemplar las estrellas de madrugada y el sexo con
desenfreno. Siempre me entrego a las más oscuras fantasías. Si te gusta todo
esto y más, y has sido capaz de leer íntegro mi mensaje, tú eres mi hombre. Yo,
la lujuria. >
Un par de
intercambios de emails y ahí estaba, en lo que para un tipo corriente sería una
cita a ciegas, Jacinto lo transformó en un dispositivo minucioso digno de una
película de espías. Como escenario, el bar donde acudía siempre. Como cómplice,
por si la pretendienta no era de su agrado, el camarero de toda la vida; tenía
hasta establecida una señal con él para que les sacara una botella de su mejor
vino si la cosa parecía llegar a buen puerto.
Nada de
fotos previas, ni de datos comprometedores. Quizá aquello habría roto la magia
del momento, las ganas de salir hacia un mundo desconocido. Ella llevaría la
última novela de Vargas Llosa bajo el brazo, él se levantaría de su asiento
cuando preguntaran por Jacinto en la barra, si acaso merecía la pena…
Entró una
atractiva mujer con minifalda vaquera y top ajustado. Empujaba un carrito de
bebé del que asomaba un libro en su parte baja. Parecía nerviosa mientras
aguardaba a Félix, el camarero, que estaba cargando el lavavajillas. Giró la
vista atrás y su mirada se cruzó con la de Jacinto. Él tragó saliva y se rascó
las cejas, ella preguntó entonces algo al camarero. Félix debió de tener el
mismo pensamiento que su colega, ya que, casi entre carcajadas, calentó la
leche para el biberón y se la entregó a la mujer, que dando las gracias con
insistencia y sin volver a mirar hacia las mesas, desapareció por donde había
venido.
Falsa alarma.
33 minutos
para la cita.
Jacinto tenía ganas de fumar pero prefiere no salir afuera, le parecía
ya más acogedor aquel entorno. Mordisquea el bolígrafo, haciendo breves pausas
para seguir con sus garabatos.
-Vigílame el
garito, Don Juan.
Félix le
dejó una nueva manzanilla sobre la barra, se encaminó hacia el almacén y,
mirando exageradamente el reloj y mediante gestos, trató de tranquilizar a
Jacinto, que se levantó a por la infusión. Cogió los platos con torpeza y trató
de sujetar la cucharilla entre sus dedos, con la misma habilidad que cualquiera
manejaría una granada de mano desprovista de seguro. Se arrodilló a por ella, y
al levantarse notó una presencia muy cercana.
-Hola -le sorprendió una voz agradable-. ¿No está
el camarero?
La
radiante imagen le aturdió por unos instantes, hasta el punto de olvidar la
verdadera razón de por qué se encontraba allí. Unas facciones de frágil muñeca
de porcelana, donde resaltaban unos ojos grandes y oscuros de mirada despierta
que contrastaban con unos labios finos, aunque sensuales. El cabello castaño,
largo y ondulado, y en su frente unos rizos caprichosos que se declaraban en
rebeldía.
-No
tardará en…bueno, seguramente...
No pudo
evitar reparar más en su figura. Una delicada blusa de generoso escote y una
falda con pliegues que le confería un aspecto exótico y, en su conjunto, como
una deidad inalcanzable para el más común de los expertos en citas a ciegas.
Trató de encontrar un libro por alguna parte, pero no quiso distraerse de su
particular espectáculo privado y siguió igual de ensimismado.
-¿No
sabrás quién es Jacinto?
-Soy yo
–dijo entre titubeos-. Esperaba que…
La mujer
le interrumpió silenciando su boca con la palma de la mano, sonrió abiertamente
y le tomó del brazo. Le guió hasta las
escaleras que daban al comedor de la planta de abajo y descendieron ambos en
silencio, como poseídos por una suerte de ritual mágico.
Apartaron el biombo
que obstaculizaba el paso y comenzaron un ardiente intercambio de besos y caricias,
que sólo halló momento de reflexión al topar los dos con la primera mesa de la
sala. La mujer soltó una carcajada.
-No hay de
qué preocuparse –le anunció Jacinto-; a estas horas nadie puede molestarnos
aquí.
Su propia
voz le sonó extraña. Una fuerza misteriosa había vencido todos sus miedos y congojas,
y la excitación le convertía en un ser invulnerable, ajeno al propio bar, a la
situación y a toda consecuencia que le deparara. Su sentido común retozaba
complaciente entre los brazos de aquella mujer desconocida, y eso le bastaba.
Recordó el “Yo, la lujuria” aspirando su propio aliento sobre el calor de unos
senos firmes.
La mujer
pidió unos segundos de tregua y sacó un preservativo del bolso que fue colocado
entre jadeos. Una breve vacilación para acordar la postura y la maquinaria se
puso en marcha a todo gas.
La mesa estaba coja y su tambalear forzó la
aceleración, pero Jacinto no quería salir de ahí.
La mujer pasó los dedos entre
sus cabellos y le dio un suave beso en la mejilla, volvió a sonreír con aquella
expresión que ya encandilaba y, vistiéndose en apenas dos movimientos, subió
las escaleras lentamente, sin mediar palabra.
Jacinto no quiso estropear el
momento con algún comentario inoportuno.
Recostado todavía sobre la mesa siguió
contemplando su figura hasta el último escalón y observó que ella se giraba
brevemente. Subió detrás.
Ella debía
haber entrado al baño, ya en la zona del bar, así que él también decidió
asearse un poco. Jacinto se sentía dichoso por primera vez en mucho tiempo, con
el fervoroso deseo de conocer todo acerca de aquella misteriosa mujer que en
cuestión de minutos había querido rescatarle de sus infiernos. El violento
sonido del secamanos parecía tratar de indagar más a fondo en sus pensamientos;
¿Será una ninfómana sin más? Esa
fogosidad… ¿Puede haber visto algo interesante en mí, si sólo me conoce de dos
emails?
“Le
detallé bastantes aspectos de mi vida. Y si es como la he estado imaginando, seguro que tenemos futuro ” –pensó, para tranquilizarse a sí mismo-.
Abandonó
el cuarto de baño y la divisó a lo lejos en la barra, de espaldas a él. Vio que
Félix le entregaba unos cambios, después se puso a andar hacia la puerta.
-¡Hey! ¡Espera!
- ¡Oye!
La mujer
no quiso darse por aludida y salió del bar acelerando el paso, en el momento
que Jacinto llegaba al lugar de la barra que había dejado ella, y tras la que se
encontraba Félix con cara de circunstancias.
Se negaba
a ver la evidencia, y tuvo que preguntar:
-Félix, no
me jodas, no me digas que tú…
-Lo
siento, Jacinto. No creí que fuera a hacerte un mal.
-Pero,
¿Es? ¿Realmente es?
-Sí, amigo.
Es una prostituta. Hablé con ella la tarde que me contaste todas esas chorradas
de tus correos, nunca pensé que fuera a aparecer alguien que se interesara por
ti. Por lo menos habrás pasado un buen rato y a mi costa. ¿Qué coño era eso que
les contabas de tu colección de soldaditos de plomo y tu afición a los bonsáis?
Me dabas pena, joder, sentía que tenía que hacer algo. Sabía que ibas a venir
con tiempo de antelación, y el resto era bien fácil. No me digas ahora que me
lo vas a reprochar…
Jacinto
volvía entonces a su mundo, al mismo lugar donde nunca quiso estar. Aquello le
abrumaba. Contuvo las lágrimas. Pasaron minutos hasta que pudo reaccionar:
-¿Y si
estabas tan seguro de que nadie iba a acudir a esta cita porque quedaste con tu
embaucadora media hora antes?
-Ahí si me
equivoqué; lo hice por si acaso, aún seguro como estaba de que nadie
aparecería.
-¿Disculpa?
- Que esa
es la peor de las noticias. Haz el favor de girarte disimuladamente hacia tu
derecha…
-¿Qué?
-¿Ves el
tipo de la mesa de la entrada? Se llama Guillermo Esteban y apesta a colonia…
Ha preguntado por ti hace unos minutos y le he dicho que aún no habías llegado.
A mí se me olvidó el detalle del libro, pero fíjate quien si lo lleva… Ahí
tienes a tu amazona lujuriosa, Jacinto. Te pongas como te pongas, has de
reconocer que me debes una. ¿O quieres que saque aquel vino caro y celebremos
un encuentro?
A Jacinto
ya le parecieron demasiadas emociones para un mismo día. Salió apresuradamente
del bar, tanto, que estuvo a punto de tropezar con una silla muy cerca de donde
estaba Guillermo Esteban. Pudo oler su colonia involuntariamente.
Escupió.
Una vez en
la calle, gritó. Se juró no volver al bar en bastante tiempo y darse un
descanso también en sus incursiones cibernéticas..
Me ha gustado mucho, el relato te hace meterte en la piel de Jacinto y pasar por todos sus estados de ánimo! muy envolvente y muy bien narrado.
ResponderEliminarAh y el audio es horrible eh?? parece que el relato lo haya hecho un robot aficionado a la literatura, me lo imagino con gafas de lectura y todo jajajajaja por favor no vuelves a hacerlo o mejor aún, grábalo con tu voz.
ResponderEliminarJajaja. Muchas gracias!
ResponderEliminarEscribía relatos con una amiga y luego los intercambiábamos. La temática para éste era algo de narración erótica pero se me fue de las manos. La verdad es que terminé disfrutando haciendo sufrir a Jacinto con la espera y sus nervios...
Lo del robot es cierto, no sé que han hecho con el programa ese pero antes sonaba bastante mejor.
Un beso