Repentinamente abre los ojos, como si un perfecto mecanismo de alerta se activara al descubrir tanta sequedad en su garganta. Sorpresa, abatimiento, vacío…
¡Mierda!
Con muy poco que recordar de la noche anterior, Martín trata
de encajar las difusas piezas pero teme que cobre demasiado sentido físico el
ejercicio del rompecabezas: la quedada con los amigos en el bar de siempre, su
escalada etílica ascendente y el traslado a lugares ahora indeterminados.
Conducía Ramón, por supuesto. Puede afirmarlo porque sabe que él nunca se
entregaría al alcohol, al menos en circunstancias normales; ¿ayer lo eran?
Arruga la frente con sus manos tratando de invocar a la cordura,
sin hallar grandes respuestas. Le viene a la mente la escena en una gasolinera,
cuando tuvieron que huir a toda prisa ante las amenazas del encargado, molesto porque
le habían roto la verja donde se guardaba la leña. Hubiese bastado una pequeña
disculpa si no fuera porque entonces se hallaban en plena exaltación de la
amistad y, en esa indomable explosión de júbilo, era difícil razonar con un
empleado que tenía bien presente a la policía en sus oraciones. Claro, por eso luego las ganas de mear y la
parada en plena autopista para redimir nuestras vejigas, por culpa de aquel
gasolinero desalmado, que a pesar de repetir una y otra vez “qué huevos
tenéis”, no dejó que nos liberáramos de tan pesada carga en su lugar de
trabajo.
El canto del cuco le reclama para su realidad más inmediata.
Aquel heraldo sonoro del pasillo que a lo largo de su vida ha servido como
única voz autorizada de alarma y por el que nunca tuvo un cariño especial, pero
al que le rinde una secreta pleitesía, como sucede con la propia casa, al ser de
las pocas cosas que aún conserva de sus padres. Ahora le advierte que son las ocho
de la tarde y que queda escaso tiempo para preparar la Nochevieja. Es una suerte que Ramón y Javier tengan
llaves del piso. Seguro que están ya organizando todo y esperan apurar al
máximo el venir a despertarme.
Observa su ropa y suelta un bufido. Es una pena que las camas no tengan funciones de plancha cuando te
acuestas vestido. Por fin decide incorporarse, con ánimo de buscar algo
decente en el armario e ir eliminando vestigios del día anterior. La próxima
parada será la ducha. Se retrae de su acción a medio camino. El sentido
práctico que aporta la resaca le indica que con desvestirse una sola vez basta,
y su disfraz se encuentra en la planta de abajo, escondido de los ojos curiosos
en la pequeña cómoda del baño.
Recorre el largo pasillo y baja por las escaleras, desde
donde se escucha ya la música. No puede evitar dirigir su mirada hacia el salón
pero todavía no quiere acercarse a sus amigos y que le vean en tan extrañas condiciones.
Forcejea con la puerta corredera del cuarto de baño, pero alguien lo está
ocupando. ¿De qué sirve preguntar cuánto
le falta? No creo que nadie cague más deprisa contestando a esta encuesta.
Vamos a dejarle unos minutos de relax…
Desde la distancia puede distinguir a Javier ataviado como
un troglodita e inflando globos en el umbral de la puerta. ¡Qué demonios! Martín tenía muy poco con lo que asombrar a sus
amigos y seguro que ya estaban al corriente de la borrachera del día anterior. Decide
acudir a saludar a la gente y ejercer de una vez como buen anfitrión. El baño
puede esperar.
El troglodita va a la cocina en ese momento y aunque le ve a
él ni le saluda. Qué extraño… ¿Está de
morros conmigo? Ayer no se sumó a la fiesta y no he podido darle motivos. Si
aún no ha superado el que me liara con su hermana, tampoco es el día más
apropiado para retomar el asunto…
Se escucha el timbre de la casa y pospone la posible charla
con Javier. Cruza la puerta del salón y emite un grito fuerte, pero todos
parecen estar ocupados con las explicaciones de Ramón, que es quien acaba de
llegar. La música ya no suena. Martín trata de hacerse sitio en el sofá pero no
puede. De repente siente estar viviendo una pesadilla; nadie le presta
atención, todos permanecen en silencio y sus manos no se coordinan con sus
intenciones. Aturdido, tira del pelo a Sandra pero sólo parece deslizar aire
entre sus dedos…
Grita y grita. Patalea.
La voz de Ramón sabe que no puede provenir de un mal sueño:
-Le dijimos que lo llevábamos a casa y no quiso. Se puso muy
agresivo después de lo que pasó en la gasolinera. Saltó el guardarrail a duras
penas y se fue caminando. Nos dijo que no quería saber nada de nosotros hasta
el día siguiente. No pudimos convencerlo, ya sabéis cómo era. Hace tres horas
que han encontrado su cuerpo en la cuneta de la autopista. Quien lo atropellara
debió darse a la fuga.
previsible desde el comienzo.
ResponderEliminarSabes hacerlo mejor, jinete
Bueno, no se... Tú, que estás muy influenciado por "El sexto sentido".
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