lunes, 14 de octubre de 2013

Mustafá y La otra (Cómo -o Como- mola -o mora- la cocina andalusí).

Me río yo de quienes dicen eso de No recuerdo qué cené ayer como para acordarme de... Pues menudo follón se me echa a mí encima cuando han pasado meses y tengo que adivinar de qué constaba una cena. Di que las fotos siempre ayudan, y que Brazos en Alto se lo curró de lo lindo para no mermar del todo nuestra memoria, con unos letrericos que no llevan al despiste (porque lo que está sin rotular sólo Alá sabrá sus ingredientes...).
Era la cena con la que iniciábamos la temporada exótica, a principios de agosto, un mes antes del argentino de La picadita, cuando Llama Eterna nos convocó en el Restaurante Mustafá, un clásico de nuestra ciudad en comida libanesa.
Al bueno de Mustafá sólo tuvimos que indicarle que éramos una banda de tragaldabas sin pudor alguno, y que nos sacara los manjares que él estimara fueran a colmarnos. Entonces aquello se convirtió en un festín de romanos servido por un fenicio con ganas de agradar y, en honor a la verdad, aún le pedimos un par de platos más cuando ya creía habernos dejado satisfechos. Es lo que tiene el probar cosas que normalmente no acostumbras; la ansiedad que genera el miedo a perderte algo bueno es inversamente proporcional al sentir de nuestro propio estómago. Hasta que un día reviente, por supuesto. O por supuesta indigestión.






Un lugar con toda la magia de Oriente, no sé si de Oriente Medio, quizá de un Oriente Grande, que sería lo más Próximo.
Hará unos cuantos años que visité el restaurante por primera vez, pero claro, ir con unos amigos del barrio que te han tenido toda la tarde bebiendo cervezas, pues tampoco clarificó entonces mucho la memoria. Los fines de semana hasta incluyen danzas femeninas mientras cenas. Quizá sea mi único recuerdo, además de quien nos llevó allí, que era un camarero marroquí ¿o igual era argelino? A saber, si en lugar de danzas me hubiesen dicho al día siguiente que se trataba de monólogos bereberes, mi extrañeza jamás superaría a mis dudas. Pero esa es otra historia.
Mustafá es un restaurante para disfrutar con sus recomendaciones y al que aconsejo acudir sereno.
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Tras la reseña obligada del libanés, la cena buitaka de este mes.
Topo Indeciso como maestro de Ceremonias. Su intención era llevarnos a un restaurante hindú, en el cual hastá reservó mesa y todo, para luego comprobar que aquel día cerraban por descanso semanal y tener que buscar a última hora otro garito. Terminamos escogiendo La otra, cuya leyenda sugerente sobre la puerta habla de "Bocaus con rasmia". Ahora que lo pienso, fue lo más apropiado, la historia que se montó Topo Indeciso guarda paralelismos con la de Colón; los dos se encontraron en pleno mes de octubre creyendo llegar a las Indias, sin saber cuán equivocados estaban. Al menos Topo Indeciso pudo cambiar de destino y subsanar su error. Colón murió sin aceptar su descuido, seguramente porque en el siglo XV no había tantos restaurantes donde elegir como los hay ahora. Claro que, tampoco era muy amigo de hacer la compra en el supermercado, ya que se negó toda la vida el mérito de haber descubierto un nuevo Continente (lo siento, no quiero seguir...).
Y la elección de La otra fue un acierto, a excepción del calor imperante en su pequeño comedor.
Antes era una tetería. No sé si será verdad los comentarios que he podido leer por ahí, acerca de que la tuvieron que cerrar por la Ley del Tabaco y sus mil problemas con las cachimbas.
Un curioso menú que podríamos catalogar como cocina maño-andalusí:

 Albóndigas de jengibre y miel con salsa picante.

Cuscús con pollo y verduritas.


Alitas de pollo adobadas con patatas.


Pizzas variadas (4 unidades, una por berraco).


Una mesica de lo más apañada, oiga.

Cazuelita de huevos aragoneses. Aquí tuvimos un pequeño conflicto porque los camareros pensaban que con sólo un plato de estos y a esas alturas ya sería suficiente. Pero no, cada berraco decidimos tener nuestra ración personalizada. Estoy convencido que en la foto parece más grande, que un plato para cada uno no era nada exagerado.
De postres hubo sorbete de mojito, tarta de queso con arándanos y coulant de chocolate.
A añadir a la cuenta de lo ya expuesto; 6 jarras de cerveza, una botella de vino (capricho mío para el postre) y los 4 carajillos de rigor.
Se estiraron con unos chupitos finales -Como siempre, digno de mención-.
Total factura: 80,20 €uros.
Estuvo bien. No resultó tan sofisticado como el episodio del libanés pero no hubo nada que decepcionara, y no me parece mal precio.
En noviembre daremos por concluida la temporada exótica buitaka. Sabe Mañitú cuál será la temática gastronómica a tratar en las próximas ediciones...