lunes, 16 de abril de 2012

Tarde en Nochevieja

Mastica el aire y parpadea nervioso, todavía dormido.  
Repentinamente abre los ojos, como si un perfecto mecanismo de alerta se activara al descubrir tanta sequedad en su garganta. Sorpresa, abatimiento, vacío…

¡Mierda!
Con muy poco que recordar de la noche anterior, Martín trata de encajar las difusas piezas pero teme que cobre demasiado sentido físico el ejercicio del rompecabezas: la quedada con los amigos en el bar de siempre, su escalada etílica ascendente y el traslado a lugares ahora indeterminados. Conducía Ramón, por supuesto. Puede afirmarlo porque sabe que él nunca se entregaría al alcohol, al menos en circunstancias normales; ¿ayer lo eran?
Arruga la frente con sus manos tratando de invocar a la cordura, sin hallar grandes respuestas. Le viene a la mente la escena en una gasolinera, cuando tuvieron que huir a toda prisa ante las amenazas del encargado, molesto porque le habían roto la verja donde se guardaba la leña. Hubiese bastado una pequeña disculpa si no fuera porque entonces se hallaban en plena exaltación de la amistad y, en esa indomable explosión de júbilo, era difícil razonar con un empleado que tenía bien presente a la policía en sus oraciones. Claro, por eso luego las ganas de mear y la parada en plena autopista para redimir nuestras vejigas, por culpa de aquel gasolinero desalmado, que a pesar de repetir una y otra vez “qué huevos tenéis”, no dejó que nos liberáramos de tan pesada carga en su lugar de trabajo.
El canto del cuco le reclama para su realidad más inmediata. Aquel heraldo sonoro del pasillo que a lo largo de su vida ha servido como única voz autorizada de alarma y por el que nunca tuvo un cariño especial, pero al que le rinde una secreta pleitesía, como sucede con la propia casa, al ser de las pocas cosas que aún conserva de sus padres. Ahora le advierte que son las ocho de la tarde y que queda escaso tiempo para preparar la Nochevieja. Es una suerte que Ramón y Javier tengan llaves del piso. Seguro que están ya organizando todo y esperan apurar al máximo el venir a despertarme.
Ese año iba a ser diferente. Qué mejor lugar que su casa para celebrar un buen cotillón, con cena y fiesta de disfraces incluida. La mansión, como solían referirse sus amistades, contaba con amplios espacios y comodidades, propicios para que allí se desatara la gran juerga. Otra vez…
Observa su ropa y suelta un bufido. Es una pena que las camas no tengan funciones de plancha cuando te acuestas vestido. Por fin decide incorporarse, con ánimo de buscar algo decente en el armario e ir eliminando vestigios del día anterior. La próxima parada será la ducha. Se retrae de su acción a medio camino. El sentido práctico que aporta la resaca le indica que con desvestirse una sola vez basta, y su disfraz se encuentra en la planta de abajo, escondido de los ojos curiosos en la pequeña cómoda del baño.
Recorre el largo pasillo y baja por las escaleras, desde donde se escucha ya la música. No puede evitar dirigir su mirada hacia el salón pero todavía no quiere acercarse a sus amigos y que le vean en tan extrañas condiciones. Forcejea con la puerta corredera del cuarto de baño, pero alguien lo está ocupando. ¿De qué sirve preguntar cuánto le falta? No creo que nadie cague más deprisa contestando a esta encuesta. Vamos a dejarle unos minutos de relax…
Desde la distancia puede distinguir a Javier ataviado como un troglodita e inflando globos en el umbral de la puerta. ¡Qué demonios! Martín tenía muy poco con lo que asombrar a sus amigos y seguro que ya estaban al corriente de la borrachera del día anterior. Decide acudir a saludar a la gente y ejercer de una vez como buen anfitrión. El baño puede esperar.
El troglodita va a la cocina en ese momento y aunque le ve a él ni le saluda. Qué extraño… ¿Está de morros conmigo? Ayer no se sumó a la fiesta y no he podido darle motivos. Si aún no ha superado el que me liara con su hermana, tampoco es el día más apropiado para retomar el asunto…
Se escucha el timbre de la casa y pospone la posible charla con Javier. Cruza la puerta del salón y emite un grito fuerte, pero todos parecen estar ocupados con las explicaciones de Ramón, que es quien acaba de llegar. La música ya no suena. Martín trata de hacerse sitio en el sofá pero no puede. De repente siente estar viviendo una pesadilla; nadie le presta atención, todos permanecen en silencio y sus manos no se coordinan con sus intenciones. Aturdido, tira del pelo a Sandra pero sólo parece deslizar aire entre sus dedos…
Grita y grita. Patalea.
La voz de Ramón sabe que no puede provenir de un mal sueño:
-Le dijimos que lo llevábamos a casa y no quiso. Se puso muy agresivo después de lo que pasó en la gasolinera. Saltó el guardarrail a duras penas y se fue caminando. Nos dijo que no quería saber nada de nosotros hasta el día siguiente. No pudimos convencerlo, ya sabéis cómo era. Hace tres horas que han encontrado su cuerpo en la cuneta de la autopista. Quien lo atropellara debió darse a la fuga.


2 comentarios:

  1. previsible desde el comienzo.

    Sabes hacerlo mejor, jinete

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  2. Bueno, no se... Tú, que estás muy influenciado por "El sexto sentido".

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